&

jueves, 26 de julio de 2007

Ángel Rama: "La Biblioteca Ayacucho como instrumento de integración cultural latinoamericana"


&

El trabajo del destacado intelectual uruguayo Ángel Rama (1926-1983) * es y será una de las piezas imprescindibles para la comprensión de las culturas latinoamericanas. No sólo a través de sus artículos y estudios, los que darán un renovado impulso a las indagaciones acerca de la literatura y sociedad de la región a fines del siglo pasado, sino también por su incansable promoción de proyectos que aborden, con una visión de conjunto, nuestras problemáticas políticas, estéticas, históricas y antropológicas. Con este objetivo, junto con José Ramón Medina, fundarán en 1974 la Biblioteca Ayacucho, colección de textos latinoamericanos que van desde las primeras manifestaciones de la poesía prehispánica, recogidas en el período colonial, hasta las obras literarias, críticas, políticas, históricas y antropológicas del siglo XX. Este increíble esfuerzo por articular los puntos más altos de la producción escrituraria en la historia de nuestra región, ha sido uno de los legados más trascendentales que han dejado las generaciones de intelectuales del siglo recién pasado. Actualmente, este legado busca perdurar en nuestra cultura contemporánea a partir de un nuevo desafío que el tiempo en el cual vivimos impone: llevar a cada rincón del mundo, y especialmente de América Latina, estos testimonios vivos de nuestra producción textual. Con este objetivo, la Fundación Biblioteca Ayacucho pone a nuestra disposición su biblioteca en formato digital. Así como Martí decía que “un hombre de su tiempo es un hombre de todos los tiempos”, esta institución perpetúa la herencia que Rama y Medina proyectaron para nuestras culturas, con una edición electrónica de la gran colección, renovando el pacto que hace más de treinta años suscribieron con el trabajo del intelectual latinoamericano y su papel en la cultura.

El texto que aquí presentamos es, justamente, un testimonio del compromiso de la Biblioteca Ayacucho con Latinoamérica. En éste, Ángel Rama ahondará punto por punto en los objetivos de la colección y su posible implicancia dentro del campo intelectual de nuestra región. Con motivo de la verdadera refundación de este compromiso, a partir del nuevo formato que llegará a millones de lectores, transcribimos su texto aparecido el año 1981 y republicado el 2004 en "30 años de Biblioteca Ayacucho" de la misma casa editora.

Carteles Críticos para Latinoamérica, 2007.

* En la columna lateral -sección && ARTÍCULOS COLABORADORES &&- hemos integrado el artículo de María José Jara B. "Transculturación narrativa en Aura, de Carlos Fuentes", el que pone en funcionamiento el concepto de "transculturación" en Ángel Rama sobre la novela de Carlos Fuentes. [Víd. Ángel Rama. Transculturación narrativa en América Latina. México: Siglo XXI, 1987].

&


La integración cultural es fundamento y legitimación de los diversos proyectos de integración económica o política que se han venido diseñando en América Latina. Si es por un lado recuperación de los orígenes comunes, es por otro reintegración en el sueño utópico que, vez tras vez, ha resurgido en los libertadores en todas las ocasiones en que operaron transformaciones ingentes de las sociedades latinoamericanas. De tal modo que siendo una vasta recuperación de pasado, en gran parte perdido u olvidado, la integración cultural es un intento revolucionario que, en cuanto tal, se propone un futuro, construyendo la visión utópica de un continente y de una sociedad ideal. En estas condiciones, el pasado no es recuperado en función de archivo muerto, sino como un depósito de energías vivientes que sostienen, esclarecen y justifican el proceso de avance y transformación revolucionaria. Esto ha sido desde Tupac Amaru hasta Ernesto Guevara, pasando por ese momento privilegiado que representó Simón Bolívar, quien junto con la libertad de las colonias y la convocatoria del Congreso Anfictiónico, no dejaba de proponer la lectura de los Comentarios Reales del Inca Garcilaso, como fuente de información sobre la realidad original de América. No es casualidad que en todos esos momentos vertiginosos de una transformación proyectada al futuro (insurrecciones del XVIII, emancipación, revoluciones mexicana o cubana, así como en los múltiples momentos de reformismo acelerado que testimoniaron cambios sociales y económicos considerables) las sociedades hayan vuelto a considerar sus más remotos orígenes en las civilizaciones indias o hayan revalorizado la aportación cultural de los señores preteridos y hondamente enraizados en el decurso histórico autóctono, trátese de criollos, mestizos, campesinos, marginales, urbanos, últimamente obreros, reconociéndolos como portadores de un sentimiento, aún más que nacional, continental, y por lo mismo capaces de reinstaurar el persistente afán de integración cultural de la comarca que mal llamamos latinoamericana.

En otros términos, el impulso de integración cultural nace de la visión ideal del futuro (por lo tanto de la insatisfacción por el presente y del reconocimiento de la capacidad para modificarlo), y se legitima en una lectura selectiva de la tradición cultural pasada.

El diseño del futuro es, simultáneamente, el del pasado, aplicándose a cada uno de los campos disímiles la misma capacidad de invención: no es menor la originalidad puesta en la construcción del pasado que la invertida para elaborar la visión del futuro y nunca se afirmará suficientemente cuán indispensables son ambos territorios para el pleno ejercicio de la libertad y la acción creadora del hombre. No sería posible visualizar el mundo por venir si no se contara con el respaldo y la legitimación que proporciona la lección, histórica, y ésta carecería de toda significación si no respondiera a la iluminación de que la dota la resplandeciente visión de lo futuro.

Esta óptima conjugación de los dos polos que rigen el campo de fuerzas tropieza con dos diferentes tipos de escollos, los que a su vez remiten a una misma carencia cultural: los proyectos futuristas de transformación proceden en su mayoría de teorías generadas fuera de la región, las que son aplicadas mecánicamente a las condiciones internas latinoamericanas sin suficiente atención hacia sus peculiares características; y en cuanto a la aportación del pasado al mejor conocimiento del comportamiento de las poblaciones se encuentra dificultada por una notoria falta de memoria que ha hecho naufragar en el olvido vastos paneles de la historia. Por ambos lados se registra un empobrecimiento cultural que pone en peligro el necesario proceso de transformación y la indispensable interrelación cultural del continente, por lo cual resulta urgente reponer las criteriosas formulaciones hechas por José Martí hacia fines del XIX, alarmado
por las funestas consecuencias del “libro importado” y por la ignorancia de la historia y la realidad americanas que percibía en el funcionamiento de la intelligentsia. Efectivamente, la incorporación de los corpus ideológicos europeos de una manera mecánica se ha pagado con verdaderas catástrofes sociales y con muy largos padecimientos, tratándose de errores cuya repetición da motivo para las mayores inquietudes. El brutal desmantelamiento de las sociedades autóctonas por la imposición del modelo europeo traído por los conquistadores, se reitera en el siglo XIX con la incorporación del modelo liberal que acarreó un siglo de guerras y descomposición social y puede temerse que los diferentes proyectos en juego contemporáneamente, desde el plan desarrollista hasta el socialista, funcionen sobre la misma peligrosa mecanicidad que no atiende a la singularidad latinoamericana. Esta desatención está reforzada por la pérdida de memoria de la colectividad, la cual, como ya se ha observado, lleva a tropezar varias veces en las mismas piedras y a rehacer fantasmagóricamente y trágicamente, lo que ya se ha vivido en otros tiempos.

Esa historia de América que, según Martí, debía conocerse al dedillo, sigue siendo la gran ausente en el debate intelectual de la época y este debilitamiento del que llamaríamos polo tradicional donde se superponen las experiencias creativas cumplidas por los hombres de la región, afecta al funcionamiento del entero campo de fuerzas y no hace sino reforzar la fuerza impositiva del polo externo que trasmite las pulsiones internacionales, las que entonces tienden a aplicarse desnudamente según sus cánones originarios, sin reconocer la especificidad del nuevo territorio al cual arriban. Dentro del proceso de construcción de lo que ha llamado Wallerstein una “economía-mundo” y cuyas bases se echan con la conquista europea del continente americano, es impensable toda solución de la convivencia latinoamericana que no asuma como necesaria la incorporación, no sólo económica sino ampliamente cultural también, en una esfera internacional. Pero el papel que en ella habrá de desempeñar América Latina será meramente ancilar y carente de autonomía y creatividad, si ese polo externo no es compensado por otro interno que lo equilibra y regula. Este polo interno está representado, ante todo, por las necesidades actuales de los pueblos latinoamericanos, por la demanda hacia una plena expansión productiva; pero, en el nivel de la vida espiritual, el respaldo, la energía, la potencialidad de esas demandas, revierten a la acumulación que se ha ido haciendo a lo largo del tiempo y constituye la historia común.

En la medida en que la región ya no está constituida por sociedades de tipo tradicional que conservan y trasmiten internamente una memoria mítica de sí mismas, el pasado sólo puede asumirse como lección intelectual, consciente y reflexiva. Es una voluntad del conocimiento y es por lo tanto una incorporación criteriosa y selectiva de la actividad cumplida por la colectividad, a la luz de las necesidades del presente. Es, por lo tanto, un discurso intelectual coherente que interpreta el conjunto muy variado.

A esta dialéctica de la integración cultural, ha respondido el establecimiento de la Biblioteca Ayacucho, que fuera creada por decreto No. 407 del presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez en el año 1974, dentro del marco de los actos conmemorativos del sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho, en la que los ejércitos patriotas al mando del gran Mariscal Antonio José de Sucre, culminaron la larga guerra de la independencia de América del Sur. Desde 1978 se constituyó en una Fundación patrocinada por el gobierno de la República de Venezuela, concediéndosele autonomía de funcionamiento bajo la presidencia del Dr. José Ramón Medina. Fue concebida inicialmente como una biblioteca cerrada cifrada en unos quinientos tomos, que recogiera la vigencia del legado civilizador de América Latina, desde los textos precolombinos hasta nuestros días mediante una selección de autores y de obras fundamentales en las variadas disciplinas de las letras, la filosofía, la historia, el pensamiento político, la antropología, el arte,
el folklore y otras.

Desde el inicial Seminario de la Cultura Latinoamericana, que se celebró en Caracas en 1976 reuniendo un conjunto de especialistas de diversas disciplinas para diseñar el plan general de la colección, la Biblioteca Ayacucho se ha regido por algunos principios básicos que normativizan sus publicaciones, las que ya se encuentren cerca de los cien volúmenes en este año de 1980.


1. Es ante todo una Biblioteca concebida con un criterio culturalista latinoamericano que intenta recoger las aportaciones centrales de construcción de una cultura original que se han ido cumpliendo en el continente desde sus orígenes. Eso significa que junto al aporte central representado por las letras en sus diversos géneros, se atiende igualmente a la filosofía como a la historia o al pensamiento político; a la estética o la teoría de las artes como a la antropología, a la economía y a la sociología. Este rasgo la distingue nítidamente de los proyectos similares anteriores, de los cuales la Biblioteca Ayacucho es continuadora y perfeccionadora. Con el mismo nombre, el venezolano Rufino Blanco Fombona publicó en los años veinte una colección en Madrid consagrada exclusivamente a textos de historia, realizando una tarea notable de difusión del pensamiento de los libertadores y de su magna tarea militar y política. Más vasta y estructurada fue la Biblioteca Americana que Pedro Henríquez Ureña diseñó para el Fondo de Cultura de México y éste ha publicado como homenaje de su memoria, la cual fue centrada en las obras, literarias hasta los años veinte aproximadamente, aunque recogiendo para el período colonial numerosas obras de historia. Por último cabe consignar la más dinámica Colección Latinoamericana de la Casa de las Américas, de Cuba.

La Biblioteca Ayacucho procura llevar a cabo una vista panorámica más amplia que los prestigiosos modelos anteriores, reuniendo múltiples disciplinas como ya se ha visto en los volúmenes publicados donde junto a la obra literaria de Rubén Darío o José Martí, se encuentran los escritos doctrinales de Simón Bolívar o el ideario político de Fray Servando Teresa de Mier, el pensamiento de la emancipación o el pensamiento conservador del siglo XIX. Las grandes obras de la antropología del siglo XX debidas a Gilberto Freyre o Fernando Ortiz, las ideas económicas de los ilustrados del siglo XVIII o a la filosofía de los positivistas.

Esta concepción no sólo responde a la importancia que las plurales disciplinas han tenido en la constitución de una cultura peculiar latinoamericana y a la necesidad de reintegrarlas en un solo corpus que muestra el proceso creativo desarrollado a lo largo de la historia por los hombres del continente, sino también a la particular situación en que se han mostrado los géneros literarios a lo largo de los siglos en América Latina, mezclándose de una manera imprevista y ricamente inventiva según las necesidades culturales de las sociedades donde se producían. Textos capitales como el Facundo de Sarmiento u Os Sertões de Euclides Da Cunha, han unificado el análisis sociológico, político y aun antropológico con las formas estilísticas de la narrativa, y del mismo modo el continente dispone de una voluminosa producción de materiales autobiográficos, de Fray Servando a José Vasconcelos, donde la historia, la narrativa, los documentos justificativos y la polémica política se dan mancomunados. Situación ésta aún más compleja cuando se examina la producción colonial de textos claves cono los de Pero Vaz de Caminha, Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Inca Garcilaso de la Vega o Bernal Díaz del Castillo, rebasan los límites genéricos en que se forjaron y ya son reconocidos como testimonios literarios con un involuntario alcance artístico en algunos de los casos.


2. Por las mismas razones culturalistas, la Biblioteca Ayacucho no se limita a recoger los productos intelectuales emanados de los estratos cultos latinoamericanos, sino que rinde homenaje a la creatividad de la sociedad toda y trata de registrar su producción en sus diversos estratos sociológicos. La atención para los grandes cronistas cultos, que podrán quedar representados en la obra del Inca Garcilaso de la Vega o de Francisco López de Gómara, va de la mano con la atención para los cronistas-soldados o para los cronistas-mestizos que manejaban con dificultad el recién aprendido español, a lo cual se debe la publicación de la Nueva Corónica y Buen Gobierno del peruano Felipe Huamán Poma de Ayala, en su primera edición completa, incluyendo la totalidad de sus dibujos, o el proyecto de nueva edición de la Verídica Historia de Bernal Díaz del Castillo. En estos casos no estamos ante escritores profesionales, sino privilegiados testigos del acontecer histórico, que lo cuentan apelando a sus recursos escasos pero con una frescura, reciedumbre y verdad que prueban la capacidad para construir obras permanentes a partir de niveles no cultivados del conocimiento y las letras.

Esta concepción de la producción escrita realizada en el continente permite incorporar a la colección numerosas obras nacidas en humildes cunas. Algunas ya han sido incorporadas pacientemente a las letras por el discernimiento crítico de varias generaciones precedentes, como es el caso de la poesía gauchesca, de la obra periodística de Fernández de Lizardi, de textos dieciochescos como El lazarillo de ciegos caminantes de Carrió de la Vandera, pero muchos otros materiales aún esperan su dignificación artística y cultural. Es bastante reciente la atención, en ese plano, por la producción oral de tipo tradicional que han recogido antropólogos en las últimas décadas en el seno de comunidades indígenas o negras. El volumen Literatura guaraní del Paraguay o el de Literatura quechua, este último haciendo una recorrida de la producción oral desde la conquista hasta períodos recientes, y el primero atendiendo a una producción sólo conocida en este siglo, son algunas muestras del interés por la creatividad de esos sectores sociales oprimidos o dejados de lado.

Es obvio que por esta misma vía serán reconocidos como partes importantes de la cultura latinoamericana de todos los tiempos, los repertorios folklóricos de las distintas áreas que ya han tenido parciales recopilaciones. Esos materiales sirvieron de precioso instrumento cognoscitivo para que amplios grupos sociales, preferentemente campesinos, expresaron su concepción del mundo. La dominante tradicionalista y conservadora que los distingue, no impidió sin embargo que dentro de su cauce se registraran los sucesivos cambios históricos, los que fueron adaptados a las líneas rectoras de interpretación del mundo que esos grupos conducían. La valoración artística de este voluminoso material es ya antigua y se remonta a la época romántica. Pero ella no se ha extendido suficientemente a la similar producción de los sectores urbanizados, ya letrados ya analfabetos, que se incorporaron a la modernización de fines del siglo pasado a través de las nuevas corrientes ideológicas procedentes de Europa. Un libro como Utopismo socialista, no sólo registra los proyectos utópicos que intentaron ponerse en práctica entre 1830 y 1893 en América Latina, sino también las concepciones morales y artísticas con que concebían la sociedad futura los grupos de obreros educados. Este volumen, como el proyectado sobre Pensamiento anarquista que lo prolongará hasta entrado el XX, implica la revalorización y dignificación de esta productividad intelectual de estratos no cultos, la cual productividad intelectual de estratos no cultos, se ha continuado y ampliado a lo largo del siglo actual.


3. En la medida en que la comarca que llamamos América Latina es un producto mestizo con plurales aportaciones, autóctonas o importadas, surgida de la expansión de la civilización europea, la cultura que ha proporcionado no fue sólo la obra de los nativos sino también de numerosos extranjeros que se integraron definitivamente al medio o compartieron temporalmente sus vicisitudes, contribuyendo en uno y otro caso a una construcción colectiva y universal, donde la obra de Alonso de Ercilla, La Araucana, sobre los episodios de la conquista de Chile, como la obra de Juan Ruiz de Alarcón desarrollada toda en Madrid y no referida a temas americanos en general, se consideran parte indispensable de la creatividad americana e hitos destacados de su evolución histórica.

Estos principios se han aplicado en la Biblioteca Ayacucho en forma sistemática, no sólo para el período colonial, sino también para épocas más recientes. Si en el primero se ha reconocido el interés que presenta la obra de cronistas de origen extranjero, que escribieron en sus lenguas nativas, como es el caso de Frezier o Schmidel, entre tantos otros, en los subsiguientes siglos se ha reconocido la jerarquía de estas contribuciones: así en el siglo XVIII ya ha sido incorporado un primer título del sabio alemán Alejandro de Humboldt, las Cartas americanas, a las que seguirán otras de sus obras claves y en el siglo XIX se ha procedido a la publicación de nuevas traducciones españolas de la novelas inglesas de William Hudson. La tierra purpúrea y Allá lejos y hace tiempo, capitales para el mejor conocimiento del campo rioplatense.

Es bien sabido que la realidad americana ha sido investigada, descrita o traducida en obras de ficción, por numerosos autores extranjeros que para ello utilizaron sus propias lenguas. Algunas de sus contribuciones han tenido honda huella formativa en la evolución de las distintas áreas latinoamericanas y han sido muchas veces útiles para objetivarlas a los ojos de sus ciudadanos o, en los casos en que comportaron gruesas distorsiones, para enfrentarlas y proceder a la propia autodefinición en oposición al discurso externo. En ambos casos ha habido una utilización eficaz del desafío propuesto desde los centros del poder económico y cultural cuyas pulsiones recogió, modificó y reelaboró el continente a lo largo de los siglos.

En estas tareas debe reconocerse la integración de América Latina a la cultura universal, en su vertiente ibérica primeramente, romántica o latina subsiguientemente y por último en una perspectiva más amplia que conjuga plurales focos de influencia (Estados Unidos, Japón, Rusia) según los autores, áreas diferentes de la región, momentos históricos. El reconocimiento de esta pertenencia, ya defendida por Antonio Caso, nada resta a la peculiaridad original de sus manifestaciones ni a los sabores propios y específicos de sus variadas zonas internas. Testimonia, sin embargo, que esta cultura no está segregada del conjunto universal, ni puede abarcarse fuera de los parámetros del pensamiento desarrollado en sus diferentes metrópolis. La tendencia autárquica no es sólo inviable sino también suicida y en último análisis corresponde a una actitud retrógrada o conservadora. La importancia cuantitativa y cualitativa de la aportación cultural latinoamericana deriva no sólo de sus fuentes interiores sino también de su manera desenvuelta de apropiarse de las invenciones externas, trasmutándolas y consustanciándolas consigo misma.


4. Publicar una biblioteca de la cultura latinoamericana implica desarrollar, objetivamente a través de los volúmenes, un discurso intelectual sobre la región. Uno de sus puntos centrales es el afán de integración que, para llevarse a cabo, obliga a luchar contra una fragmentación e incomunicación que ha durado siglos. Debido al evolutivo sistema administrativo de la colonia, al régimen monopólico de la Corona española y de la portuguesa, a los conflictos entre ambas, a la subsiguiente fragmentación derivada de las guerras de independencia, a la intervención imperial dirigida a consolidar las divisiones internas y a fortalecer las separaciones, y por último a las intervenciones económicas monopolistas, en América Latina todo ha conspirado desde los orígenes para dificultar la comunicación interna y desarrollar un común espacio cultural. Debe agregarse a eso que la vastedad y variedad del continente y las singularidades zonales derivadas de múltiples factores (étnicos, geográficos, económicos, etc.), han propiciado la formación de áreas culturales específicas, perfectamente legítimas, cuya aproximación no es fácil a pesar de disponer de lazos históricos, lingüísticos, religiosos o políticos bastante considerables.

Todo esto ha contribuido a frenar la construcción de un discurso cultural integrador, sustituido por otros de tipo nacional o regional, y si en ciertas disciplinas como economía o sociología, se ha avanzado visiblemente en las últimas décadas, no ha ocurrido lo mismo en disciplinas humanísticas, en el arte, en la música, etc. Quizás el mejor ejemplo de esta elusiva integración, está representado por el Brasil: siendo el país más extenso del continente, el que por su población representa la tercera parte de los hombres latinoamericanos y un país que ha desarrollado con sorprendente armonía desde el siglo XVIII una evolución cultural constante, amplia y original, se ha mantenido al margen de los países hispanoamericanos con muchos de los cuales mantiene fronteras comunes, que lo han visto con sentimientos oscilantes, de distancia, de temor, de reticencia. Ha habido notorios avances en la integración económica o cultural de diversas áreas, como la de los países centroamericanos o los andinos, favorecida por la comunidad de lengua y de costumbres. No la ha habido igual entre el Brasil e Hispanoamérica, que son los dos hemisferios capitales de América Latina.

De ahí que la Biblioteca Ayacucho haya concedido especial atención a la cultura brasileña, actuando en varios casos como introductora al español de autores (Mario de Andrade, Oswald de Andrade, Lima Barreto, entre los del siglo XX) y procurando que una producción tan extensa, diversificada y calificada como la del Brasil tenga en la colección una representación acorde a esos méritos. Este esfuerzo busca enriquecer la cultura hispanoamericana dentro de la cual se difunde la Biblioteca Ayacucho, acercándole productos de alta jerarquía de la zona vecina (y desconocida) de habla portuguesa, y al mismo tiempo funciona como un desafío a la cultura brasileña, la que debería intentar una tarea semejante de difusión sistemática de las letras, la filosofía, la historia hispanoamericana, respecto a las cuales se encuentra en mora. Los organismos oficiales del Brasil han cumplido una tarea de tipo tradicional, consistente en la difusión de las producciones intelectuales del país dentro de los países hispanoamericanos, pero no han encarado la auténtica tarea integradora que implica difundir conjuntamente las aportaciones de toda la América Latina colocándolas en un mismo nivel.

Si la Biblioteca Ayacucho se propone un esfuerzo integrador al Brasil, con más razón debe llevarlo a cabo respecto a países o regiones de la propia Hispanoamérica que no han disfrutado de una comunicación intelectual intensa con el resto de la comarca. Es el caso de Puerto Rico que debido a las condiciones políticas en que ha vivido desde la ocupación norteamericana de 1898, se ha encontrado escindido del ambiente cultural al que pertenece y que es, obviamente, el hispanoamericano. Las dos obras ya publicadas, La charca de Zeno Gandía y la primera edición de Poesía completa de Luis Palés Matos, a las que seguirá próximamente un volumen resumiendo los ensayos de Antonio Pedreira y Tomás Blanco, bajo el título Interpretaciones de Puerto Rico, testimonian esta atención por la recuperación para la gran comarca hispanoamericana, de la cultura puertorriqueña.

Pero hay otro nivel más complejo en que se sitúa este afán de integrar el discurso cultural latinoamericano. Consiste en la presentación conjunta de vastos movimientos intelectuales o políticos que fueron vividos contemporáneamente por todos los países del continente aunque a la vez separadamente, sin percibir la conexión en que actuaban. Dos ejemplos ilustran este esfuerzo intelectual para integrar, retrospectivamente, las tareas intelectuales que fueron vividas por separado, dentro de los campos regionales o nacionales, a pesar de que se trataba de vastos procesos que afectaban por igual a prácticamente todos los países: se trata del pensamiento de La Emancipación, dos tomos preparados por el historiador José Luis Romero y el Pensamiento positivista, dos tomos preparados por el filósofo Leopoldo Zea. Son dos momentos claves del siglo XIX, en que toda América Latina enfrentó un desafío externo y procuró encontrar dentro de ese cauce la vía propia y original de avanzar, reforzando sus estructuras nacionales. La lectura de muchos de esos textos, más en el primero que en el segundo de los casos, permite medir la incomunicación en que se encontraban hombres que trabajaban simultáneamente para un mismo fin. Su reunión, ahora, actúa como una lección para las generaciones presentes, acerca de la considerable cuota de problemas comunes que mexicanos y argentinos, venezolanos y brasileños, están encarando, a veces sin saberlo. Esta línea de volúmenes que realizan, prácticamente, el principio de integración de la cultura latinoamericana, no es de fácil realización. Aún se cuenta con escasos estudiosos capaces de visiones conjuntas, documentadas y solventes.

Además, existen áreas donde la fragmentación ha alcanzado a los mayores extremos, debido a condiciones históricas especialmente aciagas. Es el caso del área antillana o caríbica que ha sufrido más que otras las exacciones imperiales y donde el rosario de islas se duplica con otro rosario de lenguas y culturas, dificultando enormemente la factibilidad de un discurso coherente y global capaz de abarcar culturas de lengua española, francesa, inglesa o neerlandesa, a pesar de los esfuerzos que de Arciniegas a Knight han procurado la reunificación histórica.


5. La visión panorámica de la historia cultural del continente en estos casi cinco siglos, revela un constante enfrentamiento de sectores sociales portadores de distintas propuestas culturales. Sus luchas, triunfos y derrotas, componen un complejo campo de fuerzas de donde emerge la zigzagueante línea que va trazando el perfil original de América Latina. Aunque con una concepción binarista, más propia del funcionamiento mental que de la variedad de proposiciones culturales que objetivamente actuaron en las sociedades del continente, se han reducido estos enfrentamientos a juegos dicotómicos (criollos vs. peninsulares. liberales vs. conservadores, etc.), la historia de la cultura americana se nos aparece como una resultante donde la invención original de las nuevas generaciones o corrientes de pensamiento se asienta sobre poderosas tradiciones y acumulaciones del pasado.

Eso exige el reconocimiento de la pluralidad de contribuciones que conforman esta cultura original, por lo cual el testimonio que del pasado ofrece la Biblioteca Ayacucho es igualmente plural, buscando dar una visión equilibrada de las enfrentadas propuestas ideológicas, artísticas, educativas. Una división tan gruesa como la testimoniada por el siglo XIX, exige tanto la presencia del Pensamiento liberal como la del Pensamiento conservador, aunque al mismo tiempo, para completar la riqueza del cuadro, también el pensamiento del utopismo y anarquismo o el poderoso conjunto del pensamiento positivista. Y del mismo modo, en la conclusión del siglo y en el comienzo del XX, tanto la línea revolucionaria que propugnan José Martí o Manuel González Prada, como la atemperada de los arielistas, de José Enrique Rodó a Francisco García Calderón y la empeñada en la lucha social que representa cabalmente Rafael Barrett. Ninguna de ellas ha agotado enteramente su vigencia y, en una u otra vertiente o transformación, siguen componiendo el tejido contradictorio de las actuales sociedades.

El reconocimiento de este amplio espectro de proposiciones, que deben ser atendidas e incorporadas por la representatividad que tuvieron en su tiempo y por la incidencia que conservan en la composición cultural latinoamericana, no impide la detección de algunos caminos centrales, dominantes, del pensamiento latinoamericano, los cuales sostienen su misma existencia y desarrollo. En ese sentido, algunas grandes polémicas del pasado, marcaron líneas tendenciales básicas de la construcción cultural latinoamericana, rotando la mayoría de ellas sobre la situación de los pueblos autóctonos americanos, sus derechos y cualidades, que sirvieron de piedra de toque para afirmar tanto la viabilidad como la dignidad de una cultura propia. Las tesis contrapuestas de Juan Ginés de Sepúlveda y de Bartolomé de Las Casas en el XVI, como las de De Pauw y de Xavier Clavijero en el XVIII, van constituyendo una doble vertiente: la del cauce donde se afirme la personalidad americana y la de aquel donde se la niega o denigra. Es obviamente el primero el que asume un proyecto cultural como es el de la Biblioteca Ayacucho, lo que determina el encuadre general de la colección: por variadas que sean las contribuciones culturales que el proyecto recoge, todas ellas quedan dentro de la afirmación de América Latina tanto en cuanto objetiva realidad cultural como en su carácter de voluntaria proyección al futuro.

Quedan fuera los discursos denigratorios y los sucesivos intentos de los imperios para someter su soberanía y su impulso creativo, en tanto que sí, son incorporados los más variados discursos intelectuales, los cuales, a pesar de sus divergencias, coinciden en una afirmación positiva de la cultura latinoamericana.


Estos cinco puntos no agotan los rasgos definitorios de la Biblioteca Ayacucho pero sí sirven para diseñar el papel que pretende desempeñar como instrumento de integración cultural latinoamericana, tal como lo reclaman los considerados de su decreto de creación.


Latinoamérica: Anuario de Estudios Latinoamericanos Nº 14, Universidad Nacional Autónoma de México, (1981): 325-339.




Citado desde: 30 años de Biblioteca Ayacucho. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2004, pp. 63-93.